Estaba sentado con las manos bajo la barbilla formando un triángulo en actitud reflexiva. Estaba en el centro del salón, prácticamente colgando al borde de un sofá de piel marrón; y frente a él, sobre una refinada mesa de madera, la fuente de sus problemas. Tenía una altura aproximada de medio metro y estaba fabricada de cartón. Por su superficie cruzaban varias tiras de cinta de embalar y en el lado más cercano a él había pegados dos papeles, uno junto al otro. El más grande de los dos era un recibo de correos corriente, igual que el que llevaban todos los paquetes que se enviaban vía postal. El otro, más pequeño, era una nota manuscrita con letra pequeña y ordenada. El mensaje era corto y directo, aunque no aclaraba ninguna duda en esas nueve palabras, más bien todo lo contrario. Recordó el momento de esa misma mañana cuando el objeto había llegado hasta sus manos. Él estaba leyendo una novela insoportablemente aburrida pero, como ya era costumbre, pensaba hacer un pequeño esfuerzo y terminarla. Por esa razón se alegró cuando sonó la puerta y escapó por un tiempo del libro. El cartero le hizo firmar dos hojas y después se marchó dejándole una caja. Era pequeña aunque pesaba lo suficiente como para que al terminar de pasarla al salón ya estuviera resoplando y con la cara roja. Fue a la cocina a por un cuchillo para quitar la cinta de embalar y a la vuelta reparó en los dos papeles del lateral. Leyó el primero por encima, sin prestar atención a sus propios datos que tanto conocía, y después pasó al segundo. "No abras la caja o se terminará el relato", decía. Era un mensaje confuso. ¿A qué se refería con relato? Miró de reojo a la soporífera novela que descansaba en el brazo del sillón. Era imposible que estuviera dirigido a él y, sin embargo, dejaba bien claro que no había que abrir la caja. Faltaba información. Decidió ignorar el tema, pero era mucho más fácil decidirlo que hacerlo. Comió mirando la caja, limpió toda la casa menos el salón y renunció a la lectura por falta de concentración. Tardó una hora en dormirse porque las ideas sobre el contenido de la caja se intercambiaban en su cabeza. Una editorial que enviaba una colección de relatos y había un error en el envío. Una mala traducción del idioma por parte del remitente. Una expresión de los bajos fondos para deshacerse de alguien molesto, del estilo de "Hermano, ni se te ocurra tocarme las narices o se terminará el relato". Cuando por fin consiguió dormir sólo pudo soñar con la caja. En el sueño se encontraba atrapado dentro, aunque tenía miedo de salir porque si la abría sucedería algo horrible. Por eso esperaba más y más mientras la caja se hacía cada vez más pequeña. Se despertó de la pesadilla empapado y con el corazón saliéndose de su pecho. Tenía que abrirla o se volvería loco. Aún en pijama, corrió hasta el salón y se sentó en el sofá marrón para examinar con más detenimiento el objeto de su locura. El cuchillo de cocina seguía sobre la mesa, invitándole a decidirse a abrirla, y la nota seguía pegada en la caja, invitándole a volver a su cama y pensarlo un poco mejor. Cogió el cuchillo con sus manos temblorosas. Hubiera lo que hubiera dentro era imposible que fuera peor que esa incertidumbre. Lo único que quería era una respuesta que le devolviera a la tranquilidad de la que disfrutaba aquella mañana al levantarse. Se armó de valor y abrió la caja.
Por Fernando Navarro Gontán.
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