La pared que algún día fue blanca derivaba en un sucio gris con reflejos carmesí. Un halo de luz avisaba del amanecer colándose por los simétricos hierros y reflejándose en estos. Se oían fuertes lamentos, golpes e incluso llantos desesperados que frenaban tras un grito autoritario. Como cada mañana, mi respiración agitada reflejaba las horas de lágrimas ahogadas. El agua del lavabo tintineaba a la vez que las últimas gotas saladas vagaban por mi rostro. Sonó un timbre, las puertas se abrieron y antes de que reaccionase alguien entró y, a la vez que las gotas de agua indicaban el transcurso, la afilada hoja de metal marcó mi piel acabando con el tiempo y matando a mi esperanza.
Por Isve.
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