La manecilla del reloj avanza sin prisa. Golpe a golpe refleja el paso del tiempo, que por el contrario es continuo. No es un reloj muy nuevo pero hace su función. Muestra a través de sus muchos engranajes medidos al milímetro un mecanismo aún más complejo y misterioso para el hombre: el tiempo. La manecilla más fina ha recorrido ya un cuarto de la esfera y sigue avanzando. Las otras dos agujas permacen quietas. Debería preguntarme cuántas personas se han visto en la misma situación que me encuentro yo ahora, controlando el imparable paso del tiempo frente a esta misma pared. Muchas, eso seguro. Segundo a segundo la aguja ha cruzado el ecuador; el punto de no retorno, si acaso el tiempo tuviera alguna posibilidad de retorno, y continua su interminable camino. El reloj pasa junto a un número ocho muy gastado con los años. Ni tan siquiera un reloj es capaz de escapar del tiempo. La manecilla ya casi ha llegado a arriba marcando el final de este largo minuto, muy parecido al anterior y probablemente parecido al siguiente. Y al fin la aguja alcanza la meta, la merecida vuelta. Un minuto menos de los siete años de cárcel.
Por Fernando Navarro Gontán.
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