Cuando quise darme cuenta iba a doscientos kilómetros por hora al mando de un coche del que sólo sabía que no era mío. Tenía a tres coches de policía pisándome los talones y a tres hombres con acento ruso en la parte de atrás gritándome lo que pude interpretar como: "Disculpe señor, podría usted acelerar." Guiado por la adrenalina, sólo pude hacer una cosa, un giro en U derrapando. Los coches de policía comenzaron a chocar violentamente como fichas de dominó de varias toneladas, a doscientos kilómetros por hora y que explotaban en mil pedazos. Los rusos celebraron la caída y me pidieron que parase. Y tras recibir humildemente la propina de 15000€, solo pude pensar en una cosa, no vuelvo a mezclar la pizza con piña.
Por David García.
Comments