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Foto del escritorPérez & Navarro

Karen

Karen es mi tía. Cuando era niño apenas la veía, pero por circunstancias de la vida hace poco tuve que vivir con ella y con mis primos. Es una mujer simpática, aunque no especialmente simpática. Ni muy alta ni muy baja, siempre tiene una sonrisa y le gusta mucho cocinar. A juzgar por estas características debería de tratarse de una persona normal; es más, aburrida. Pero cambiarías de opinión de golpe si vieras por un momento su pelo. Si tuviera que describirlo en una sola palabra sería “indescriptible”. Este misterio lleva captando la atención de todos desde donde me alcanza la memoria. Una estructura desconcertante de queratina que no deja indiferente a nadie ni por su forma, ni su color, ni la combinación de ambos. No es rojo, ni tampoco marrón. Podría decirse que es cobrizo, claro que podría decirse, pero no me quedo satisfecho con una descripción tan vaga. Un día miré al cielo cuando estaba atardeciendo y me pareció ver el color de su pelo reflejado en las nubes. Aunque para desgracia del pequeño grupo que componemos los estudiosos de su peinado, el color es muy inconstante. Varía en función de la luz del momento y de la posición del sol. Por ejemplo, el último día que la vi, cuando cayó muerta en mis brazos, el color de las puntas era prácticamente negro, lo recuerdo bien. Por eso no conviene hablar sobre su color de pelo, puedes pasarte horas hablando con otra persona sin llegar a nada concreto. La alternativa no se presenta mucho mejor ya que no hay una única opinión sobre su forma. Donde unos ven tirabuzones, otros ven un pelo perfectamente liso. El primer día que nos encerramos en este gran sótano hablé con mi madre sobre esto. Ella opinaba que Karen tendría que haberse cortado el pelo. A mí esto me parecía una idea horrible, cortar el pelo de Karen era una obra de vandalismo histórico igual de grave que quemar la noche estrellada de Van Gogh. No intenté convencerla. Yo no tengo una posición clara en cuanto a su peinado. Era ligeramente rizado, aunque no se podía distinguir claramente ninguna línea curva. No sería capaz de describirlo, aunque lo intentara durante horas. De pequeña tenía el pelo corto, normal y aburrido, acorde con el resto de ella, pero no sé en qué momento exacto desarrolló esa maravilla capilar. No usaba mascarillas, ni tintes, ni ningún champú especial; eso me habría defraudado un poco. En estas últimas semanas en las que he estado solo aquí he tenido la oportunidad de reflexionar mucho sobre Karen y su pelo. Ojalá estuviera ella conmigo. El óxido de mi viejo revólver me recuerda a aquel atardecer en el que creí ver el color exacto del pelo de mi tía, pero aquel hermoso cielo no llevaba una única bala dentro.


Por Fernando Navarro Gontán.

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